Ayer uno de los trabajadores que marcaba la gramilla del Providence Stadium me ayudó a recordar que muchas veces los logros alejan más del éxito que los propios fracasos, y que eso también se aplica en el futbol.
Con sencillez y una risa casi burlona, ese hombre, de unos 40 y tantos y con un pasado futbolístico, me preguntó mi parecer sobre el empate 2-2 ante El Salvador.
Sin sonar prepotente, le hice ver que la afición tica siempre espera mucho del equipo y que un empate en casa nos supo tan mal como la derrota.
Él sonrió y me dijo que ese es el precio del éxito y de no aprender a manejarlo.
“Ustedes han estado en mundiales y tienen una historia que pesa, nosotros no.
“Aquí no esperamos nada de la Selección, queremos que gane y creemos que puede hacerlo, pero nada más. Esa es la diferencia de los que no tenemos nada qué perder, que para nosotros cualquier cosa es mucho”, dijo y siguió en lo suyo.
Sus palabras podrían mezclarse con el conformismo, pero para mi gusto es sencillamente una estrategia para el disfrute.
Porque aunque la eliminatoria no parece desvelar al guyanés, aquí el futbol todavía se respira con el aroma de la inocencia.
Ojo, el aficionado Guyana sabe de sus limitaciones y las acepta, pero también cree en la capacidad del equipo, alaba con pasión los éxitos y critica con dureza los errores, pero todo lo hacen con una pasión que hace rato no veo en Costa Rica.
Ellos no subestiman a nadie porque son ellos los subestimados, y se entregan en la cancha porque saben que están viviendo una oportunidad única.
Probablemente si siguen por la senda del triunfo también perderán esa inocencia, igual que le pasó a Costa Rica hace años, cuando tuvo una probadita de gloria.
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